lunes, 14 de mayo de 2018


Miguel, dejo aquí, para que me lo cuides y te acompañe, el poema que te he dedicado en la bonita marcha homenaje que tu club, La Fuenfría, ha organizado este fin de semana pasado y que he vivido de forma muy emotiva.
Lo escribí desde ese sentimiento tan profundo que me unió a ti, lo leí desde el recuerdo de lo que tuve y lo guardaré para mí, igual que de ti me guardo, para toda la vida, tu presencia querida. 

NUESTRO LUGAR

¿Para qué buscarte si no eres aire suave donde apoyarme?.
¿Por qué pensarte si eres alba clara en otra parte?.
¿Escribirte lo que fuiste?.
¡Para qué, si siempre lo supiste!.
Callado suspiro, huracán intenso, mi hondo deseo. 
¿Para qué contarte?.
¿Por qué soñarte?.
Para qué decirte,
¡haz blancas mis sombras,
aclara las brumas,
disipa los temores!.
Para qué pedirte que vuelvan los colores.

Eres memoria que me llega a soplos,
hueco roto que duele en mi fondo,
el poso lento que va quedando,
el oscuro e inmenso vacío de mi mano.

¡Saben tanto las emociones!.
Suben lentas por mis talones
y en paso leve por mi vientre
ondulan y trepan hacia las sienes.
Con furia latente allí me acometen
para lanzarme sin freno al desorden presente,
en el que quieto, infinito,
se yergue el lugar que ya no habito.

Este aire meciendo el aroma perdido,
este cielo, este mundo que era el tuyo y el mío,
este sitio donde fuiste arullo,
este tiempo donde fui murmullo.

No lo invento, los años regalos en ámbar y dorado
y los días, senderos de piedra,
toda verde, como faros que guían.
Mañanas de sol anaranjado, eran coraza para blindarnos
y las tardes, de amarillo claro, paja de graneros donde guardarnos.
Nubes celestes con suaves morados eran el lecho de noche donde buscarnos. 

¡Cuánto momento ahora descolorido,
cuánto camino mate y sin brillo!
solitario se marchita este sitio inerte y umbrío. 
Ya no tengo alas, solo cicatrices,
las sanan voces amigas, que claro me dicen
todo tiene un orden distinto
y, con paciencia, tienes que vivirlo.

Hoy es día de salto al vacío,
se cae, se levanta,
me alza en volandas para estar más contigo.
Hoy late perenne mi garganta,
digo tu nombre y se agiganta.
Vocea mi voz con un deseo,
evocar tu recuerdo,
para que el viento lo sople y cese mi trueno.

Cruel destino que ayer me arrebata
hoy, benévolo, de mí se apiada.
Llega con fe que me arrodilla creyente,
llega con magia para lograr verte.
Entre sueños, anhelos, campas y montañas
vienes a mí con ese andar que te delata.

Vuelve la cálida sonrisa de tu boca,
boca suave que me invoca,
que rozan mis labios conquistada
en caricia tibia y olvidada.
A tu mirada de miel me ato
y en tus ojos me veo llorando,
buscando como niña triste amparo,
me hago sitio en tu regazo.

Vuelve la calma a mi cuerpo cansado,
me silencio si respiro a tu lado,
a tu lado descanso y te envuelven mis brazos,
hondo abrazo del aquieto y el letargo.

Vuelve la vida a mis frías manos,
encendida piel en la que acampo,
recuerda mi tacto tu cuerpo lejano,
y siento el calor de los caminos trazados.

Con el alma abierta y el corazón pulsando
en susurros te querré lento,  te querré despacio,
porque sabiendo tu vuelta al camino quebrado
eres luz de la que me sacio.

Luz amante, incesante,
en movimiento por mis lugares,
fluyendo por sendas y cavidades
para habitar las oquedades.
Luz que ilumina, encandila,
mutila soledad de  vigilia,
adormila las noches,
calma los días,
me alivia…

En la noche de este día
de sueños, credo,
recuerdo y vuelos,
te irás con sigilo
y entonces yo,
péndulo que oscilo,
olvidaré este sitio,
el momento efímero,
silenciaré tu ruido,
y seguiré camino.

....................................

Dedicado a los amigos de Miguel, mis amigos, y, en especial a un grupo de italianos con lo que comparto muchos ratos, "los Medici". Gracias por acogerme. 


Alzo una rosa para esta travesía, 

inesperada y cierta, con que arribo
a un presente que nunca fue pensado. 
Alzo una rosa y se abre este camino.

Abro un camino y sólo por tu paso

existe y se entrevera lo que somos
y, a pesar del temor y de las sombras,
porque pueda la luz, alzo una rosa. 
                         -María J. de la Vega-